Navidad después del vuelo

Fue el 23 de julio de este año cuando monté el avión. Era domingo, la fiesta de Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa y San Juan Casiano. España celebró elecciones anticipadas ese mismo día. Y a Portugal llegaban los peregrinos para la Jornada Mundial de la Juventud Católica.
Volé desde el aeropuerto de La Habana como peregrino devoto y curioso. La conciencia también intuía mi posible conversión en forastero deslumbrado, muy hogareño, lejísimo de su hogar; pero en la Madre Patria, según afirma la costumbre de los antepasados.
Luego puedo contar lo de siempre. Mi deslumbramiento ante los tesoros patrimoniales en España y Portugal. Las anécdotas comunes del recién llegado casi todas simpáticas y efímeras. Y algo virtuoso: las luces de Navidad. Eso parece un detalle insignificante. Pero igualmente es paradójico y extraño cuando esa luminosidad es contemplada como algo inusual. Parece un signo desechable por la modernidad, aunque precioso para quienes hemos carecido de esas luces. Quizás la costumbre conduce a la indiferencia y acrecienta la fatal arrogancia que podemos portar todos.
Dos días antes de la Navidad estaré de cumpleaños. Ya empiezo a contar números que no me apetece mucho rememorar. Matracas de la adultez.
Hoy me aventuro a postear en este blog anécdotas, a contar la vida hasta donde aconseje la prudencia. Procuro conversar de la bondad, la belleza y la verdad. Referirme a esas cuestiones permanentes y verdades perdurables que ya no están de moda.
Por ahora una copa del buen vino quizás me sugiera por dónde comenzar. Feliz Navidad.